Entre los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), el más común en los menores de edad es la anorexia. Tanto la bulimia como el trastorno por atracón suelen aparecer más tarde, en la edad adulta.
Habitualmente, la anorexia debuta sobre los 14 o 15 años, aunque también hay algunos casos más tempranos, hacia los 12 o 13 e incluso a los 11. Pero en la mayoría de los casos afecta a adolescentes. Nueve de cada diez pacientes son mujeres.
Uno de los efectos colaterales de la pandemia por coronavirus es la influencia negativa que ha tenido sobre la salud mental de los adolescentes y, en concreto, sobre los trastornos de la conducta alimentaria. “De septiembre de 2020 a marzo de 2021, los ingresos de menores con este problema han aumentado un 60% con respecto al mismo periodo del año anterior”, alerta el Dr. Eduard Serrano, coordinador de la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.
Además de las hospitalizaciones, las consultas en centros de salud mental también se han incrementado un 25%, en una tendencia que se ha constatado en todo el mundo.
Hay algunos factores que explican por qué la COVID-19, y especialmente el confinamiento, ha incrementado tanto los casos:
Detectar cuanto antes estos problemas y acudir al médico es fundamental para que la evolución sea mejor. El tratamiento suele ser largo, de unos tres o cuatro años, por lo que no hay tiempo que perder. Estas son las señales de alarma de que el niño o el adolescente puede estar teniendo un trastorno de este tipo, según detalla el Dr. Eduard Serrano.
Ante las sospechas de que el niño tiene un trastorno de la conducta alimentaria hay que actuar siempre. “Lo primero es hablar con el hijo en un clima de confianza. Hay que comentarle que lo que le sucede es un problema y que, como cualquier otra enfermedad, requiere de una valoración profesional”, explica el coordinador de la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.
Habitualmente, el afectado niega el problema, pues no tiene conciencia de estar enfermo y por ello su motivación al tratamiento no existe. Por eso, una buena táctica es que los padres no sean los que ofrezcan el diagnóstico (”tienes anorexia”), sino dejar que sea el pediatra o el médico de familia quien lo valore e indique los pasos a seguir. De esta forma, ante un tercero, es más fácil que el hijo acepte lo que le sucede.
Los trastornos de la conducta alimentaria son problemas de salud mental que tienen una repercusión sobre la salud física. En su origen también hay un componente genético, pues cuando uno de los dos progenitores ha tenido un TCA, sus descendientes tienen más probabilidad de sufrirlo también.
Suele afectar a menores muy perfeccionistas, con baja autoestima, una gran autoexigencia y que tienden a conductas obsesivas. Todos estos son factores de riesgo que no implican necesariamente el desarrollo del trastorno. La prevención desde la familia pasa por lo siguiente:
Además de los anteriores, el Dr. Eduard Serrano insiste en la importancia de hablar con los hijos acerca del ideal de belleza que transmiten las redes sociales. “Deben saber que no responde a la realidad y no deben asociar la delgadez a la perfección”, subraya.
En este sentido, el Hospital Sant Joan de Déu ha desarrollado una iniciativa en Instagram para contrarrestar los mensajes que desde otros perfiles incluso alientan la anorexia. En su perfil (@stoptca_sjd), que cuenta ya con más de 20.000 seguidores, se ofrece un discurso alternativo a la tiranía del peso y la belleza. Gracias a este recurso, que ha obtenido ya varios premios, los pacientes están más motivados en sus terapias al compartir sus logros y al sentir que ayudan a sensibilizar a la sociedad de este grave problema.