Como en el resto de ámbitos educativos, el acceso al mundo digital de los menores debe estar supervisado y regulado por sus padres. Pero no de cualquier manera. No se trata de establecer únicamente topes o límites de tiempo. Hay que ir más allá.
Para que nos explique cómo hacerlo, hemos hablado con María Zabala, consultora de comunicación y creadora de iWomanish (www.iwomanish.com), una plataforma sobre familia, tecnología y ciudadanía digital.
Para la experta, uno de los principales problemas con los que se encuentran los padres que quieren regular el consumo digital de sus hijos es el concepto de ‘brecha digital’ y ‘nativo digital’. Pensar que los adultos saben menos que los menores en cuanto a tecnología pone a los padres en una situación de inseguridad y de inferioridad, que, además, según explica, no es real.
“Nuestros hijos tienen igual o menos idea que nosotros de cómo funciona el mundo digital. Los padres tenemos que estar ahí para enseñarles a regularse y a autoncontrolarse en el consumo”, explica. “La excusa de que no sabemos para inhibirnos no vale. Como padres hay que aprender lo que sea. No se puede hacer dejación de funciones”, insiste. “Es verdad que se multiplica el trabajo, pero la tecnología también te puede acercar a tu hijo; no debemos verla como un enemigo que nos aleja de ellos”, destaca María Zabala.
A la hora de regular la vida digital de los menores, hay un aspecto esencial para María Zabala y es dejar a un lado el concepto de tiempo máximo y centrarse en el del uso que se haga de esa tecnología.
“La clave es la diferenciación de usos, de bloques de usos. No es lo mismo que tu hijo se pase una hora viendo una manualidad para hacerla él, a que pase una hora de forma pasiva delante de la pantalla”, explica. Para ella, hay un gran salto entre consumo pasivo y consumo activo. En el consumo pasivo, el niño no tiene que intervenir, mientras que en el consumo activo sí lo hace.
En este sentido, su propuesta es que el juego digital esté alineado con el juego analógico. Todos los niños tienen aficiones; pueden ser las construcciones, la plastilina, dibujar, la cocina… Los adultos deben ofrecerles alternativas, como tutoriales o vídeos educativos, para que haya un equilibrio y el plano virtual se alinee con el mundo real. Es particularmente importante haber conseguido esto antes de la adolescencia, pues en esta etapa los jóvenes son mucho menos receptivos a las sugerencias de sus progenitores. Por lo tanto, es un trabajo que hay que hacer desde que el niño accede por primera vez a los contenidos digitales.
El objetivo es que, con el tiempo, ellos mismos sean capaces de diferenciar y regular entre consumo digital (redes sociales, series…) y actividad digital (aprendizaje, chatear con amigos…), entre uso pasivo y uso activo.
El primer paso para instaurar unas normas en cuanto al uso de las pantallas en verano es “no temer ponerlas”, apunta la experta. En cualquier hogar son necesarias unas pautas de convivencia digital y, con esa premisa, hay que abordar el tema con los hijos antes de que pueda aparecer algún problema por consumo digital inadecuado. Estos son los consejos de María Zabala:
“Hay que cambiar el foco para pasar del lado negativo en el que nos focalizamos en lo que no queremos que le pase a nuestros hijos con la tecnología para ir hacia lo que nos gustaría que la tecnología aportara a nuestros hijos”, insiste la experta. No ver solo los peligros sino las oportunidades.
Los padres no deben actuar como censores, sino transmitiendo a sus hijos que su verdadero interés es que puedan disfrutar del verano en todas sus vertientes. Después de los meses de pandemia, con un consumo digital tan elevado, hay que trasladarles el siguiente mensaje: “Para mí es importante que este verano puedas disfrutar con pantallas y sin pantallas”. Este tipo de comunicación se impondría a otra en la que solo hay reproches desde una mirada negativa.
El objetivo es que el niño o el adolescente tengan tiempos de uso activo y de uso pasivo de las pantallas, no solo de estos últimos. Probablemente, como apunta la experta, ellos se resistirán insistiendo solo en cuánto tiempo se les permite pasar en el mundo digital, pero la labor de los padres es diferenciar los tiempos y hacerles entender que el verdadero interés que mueve a esas normas es que tengan otro tipo de experiencias.
Dependiendo de la personalidad de cada niño, puede ser bueno acotar más o menos el uso de la tecnología. Hay menores con más compulsión que otros hacia las pantallas. “Las normas se van cambiando según las circunstancia y según cada niño”, aclara María Zabala.
Hay muchas posibilidades de que el menor se rebele o no cumpla con lo establecido. En ese caso, la labor de los padres es mantener la calma (”veo que te cuesta dejarlo”, “vamos a buscar otra actividad”). Hay que mantenerse firmes, no desde el enfado, sino desde la seguridad de que esas normas son necesarias, desde una postura de comprensión hacia el hijo. “Debemos ser honestos y reconocer que si tuviésemos su edad también nos costaría desconectar y haríamos lo mismo que ellos”, apunta la experta. Es más, en ese sentido recomienda transmitir a los hijos las propias dificultades para dejar el móvil que nos surgen como adultos.
En definitiva, la experta insiste en la importancia de dejar de centrarse en el tiempo de uso de las pantallas y favorecer una relación de confianza donde el mundo digital no sea considerado como un enemigo sino como un elemento más en la relación con los hijos.