El maltrato psicológico es un patrón relacional de abuso, manipulación, agresión o extorsión que tiene lugar de manera sistemática entre dos personas. Puede producirse en cualquier tipo de relación (padres e hijos, hermanos, pareja, amigos, compañeros de trabajo, jefes y subordinados, etc.). Las personas maltratadoras pueden ser de muchos tipos, no existe un perfil muy concreto que permita detectarlas a simple vista o teniendo en cuenta cuatro características aisladas. Una persona maltratadora es alguien que ha aprendido a abusar del otro y manipularlo para obtener un beneficio (material o psicológico), estableciendo una manera disfuncional de estar en relación con el otro. Es muy importante detectar el maltrato psicológico para salir de una relación tóxica. Sin embargo, no siempre es fácil saber que lo sufrimos. Rafael San Román, de iFeel, nos explica por qué se produce esta situación y qué señales nos pueden alertar.
Las causas son múltiples y complejas. Hay que buscarlas en un determinado tipo de personalidad (por ejemplo alguien con una autoestima deficiente, que necesita destruir para sentirse poderoso, o bien con autoestima hipertrofiada, que considera a todos inferiores y, por tanto, puede tratarlos de cualquier manera), en un déficit de habilidades sociales (su manera de relacionarse resulta agresiva porque no sabe hacerlo de otra manera y, por tanto, esa manera es poco eficaz para forjar relaciones sanas), en el aprendizaje (la persona ha ido aprendiendo con el tiempo que manipular, engañar, agredir verbalmente al otro da resultados positivos de algún tipo y por eso incorpora este estilo relacional a su repertorio) y, por supuesto, también influye la salud mental (no todas las personas que ejercen algún tipo de maltrato psicológico sobre otras tienen una patología mental como tal, pero algunas sí, por ejemplo una personalidad psicopática, con poca capacidad para empatizar con los otros y darles importancia y respeto, es probable que tienda a maltratarlos psicológicamente sin sentir ningún tipo de culpabilidad).
Por supuesto. Especialmente cuando es muy evidente, por ejemplo, una humillación o insulto explícito (eres un inútil, siempre lo haces todo mal, no sirves para nada, no haces más que amargarme la vida, sin mí no serías capaz de valerte por ti misma…. Todas estas son expresiones, sobre todo cuando se dicen en serio y de manera sostenida en el tiempo, son muestras objetivas de maltrato, porque son muy invalidantes y poco respetuosas con la persona a la que van dirigidas).
Y ¿por qué es tan difícil saber si una persona está siendo víctima del maltrato psicológico? Porque no siempre el maltrato psicológico tiene lugar en presencia de testigos (a veces sí y resulta muy evidente) y en cualquier caso no deja señales visibles ni medibles, está demasiado sujeto a la interpretación personal de los posibles testigos o al relato verbal de quien lo padece, por tanto es muy susceptible de ser relativizado, a no ser que sea muy intenso.
No hay una respuesta específica para eso. Depende del tipo particular de maltrato que reciba, de quién sea su maltratador/a, de la medida en que su capacidad de análisis de la relación esté nublada por el maltrato, de que disponga de otros testigos directos o indirectos que le puedan aportar su versión y acelerar su toma de conciencia…
Las consecuencias de un maltrato psicológico que no se detecta pueden socavar la autoestima, destruir a la persona. La relación se convierte en un espacio tóxico, destructivo, impide el libre crecimiento y desarrollo saludable de sus miembros. Si el maltrato es intenso y se mantiene durante demasiado tiempo la persona maltratada puede acabar adoptando un rol sumiso, de falta de autonomía, por el deterioro de su autoestima y las dudas respecto a sus propios criterios, de tal manera que la relación es un espacio atrapador, que genera un enorme malestar psicológico (que se manifestará también físicamente), además de un patrón de hostilidad reactiva (estar a la que salta, no saber en quién confiar, no saber quién me trata bien y quién me trata mal), retraimiento, inhibición y desánimo.
Aquellas que indiquen de manera explícita (normalmente verbal) que la persona maltratada ha adoptado una actitud de sumisión, dependencia o miedo injustificados ante el presunto maltratador/a. La incapacidad para tomar decisiones o realizar actividades al margen de esa persona, la idealización de esa persona, el temor excesivo a sus reacciones, una intensa auto-minusvaloración. Pero hay otras más sutiles:
Desprecio. Depende de los términos en que se produzca. Si es muy agresivo, insultante, si es una humillación, sí que es un maltrato puntual (o continuado, si es algo que se repite en el tiempo). No es lo mismo decir “Lo que has hecho no me gusta” o “Prefiero no hablar contigo ahora” que “Esto que me traes es una mierda, no me toques, lárgate de mi vista”. Este tipo de matices, así como la intención con que se dicen, el contexto y la medida en que se repiten, es lo que todos debemos ser capaces de discriminar para detectar cuándo alguien nos está agrediendo o cuándo simplemente estamos teniendo un desencuentro asumible con una persona.
Burla. Técnicamente sí, porque una burla por definición es una agresión (que puede ser muy leve, no hay que dramatizar) hecha con el objetivo de humillar a la otra persona en algún grado. Pero hay que ver el contexto, como en el punto anterior. Todos nos burlamos en múltiples ocasiones de alguien a lo largo de nuestra vida y eso no nos convierte en maltratadores psicológicos, es importante dejar esto claro.
Crítica y culpa. Con la crítica y con la culpabilización ocurre lo mismo que en los casos anteriores con la salvedad de que, cuando se hacen bien y de manera justificada, no pueden considerarse un maltrato psicológico (por muy dolorosos que resulten a la persona que los recibe) sino que forman parte de las relaciones humanas normales, son inevitables y necesarias para la vida en sociedad. Otra cosa es que me pase la vida haciendo críticas destructivas, o echándote la culpa de todo de una manera tan violenta que lo importante ya no sea el contenido de la crítica sino el daño que quiero hacerte al transmitírtela.
Si hemos llegado tarde al teatro por tu culpa no pasa nada si te lo digo, de hecho puede ser hasta necesario, pero debo hacerlo de una manera asertiva, sin sobredimensionar lo que has hecho y circunscribiéndolo a los hechos, no pasarme tres meses machacándote porque un día llegamos tarde por tu culpa y restregándote por la cara lo mala persona que eres por haber sido tardón/a y lo grave que fue aquello. Del mismo modo puedo criticar algo que haces si no me gusta, las personas no somos perfectas, nos equivocamos y es importante que nos los comuniquemos mutuamente, pero de manera constructiva.
Manipulación. Por definición, la manipulación es algo disfuncional, tóxico, inadecuado… Pero insisto en que no hay que sobredimensionar las cosas porque la manipulación -en cierto grado- forma parte inevitable de las relaciones humanas. Todos manipulamos, tergiversamos, maquillamos la verdad, apretamos más por un lado que por otro, dosificamos la verdad y la mentira… constantemente, y no por ellos somos todos personas pérfidas, maquiavélicas, malvadas o maltratadoras.
La cuestión está en qué manipulación estoy ejerciendo contigo, con qué objetivo, con qué consecuencias, en qué grado, durante cuánto tiempo, para poder hablar no ya de algo asumible sino de un maltrato psicológico. Una cosa es que yo un día te resuelva un asunto y te diga: “Anda que menos mal que estaba yo aquí, que si no…”, que puede ser real y legítimo, y otra cosa es que me pase la vida recordándote que “A ver qué va a ser de ti cuando no estemos juntos, como yo te cuido no te va a cuidar nadie, necesito saberlo todo sobre ti para poder cuidarte y ayudarte, yo te ayudo encantado porque al fin y al cabo es que veo que tú no te apañas…”.