Si dice haber aprendido a “devorarme la vida hoy y ahora, sin dar nada por sentado” es “gracias al dolor”. A sus 11 años, la trágica muerte de su hermana cambió para siempre la intimidad familiar (”yo vi a papá darse la cabeza contra la pared”) y hasta “determinó mi destino artístico”. Su “misión” en casa frente a la tristeza. El caballo que “me salvó”. Un primer matrimonio en el que se sintió “muy poquita cosa” y del que “no podía salir” hasta que “mis hijos le dieron sentido a todo”. Y por qué cree que Martín “Campi” Campilongo es su “ángel enviado”. Confesiones de una optimista que elige vivir sonriendo.
Cuando el hielo de su whisky percusionaba las saudades de Toquinho y de Moraes o esas magias de Gal Costa, era hora de cortar algún buen queso y barajar. Siempre barajar. Mise en place de un hábito, a la espera de cenar, que les hacía muy bien. Marcos, “de pocas palabras y aquella sonrisa”, era aficionado al solitario y también a las artes de simular que nada malo pasaba. “Jugábamos juntos. Cada uno su juego. Pero a mí me bastaba saberlo cerca. Porque estar con papá me resguardaba de la incomodidad”, dice Denise Dumas (46) recordando los tiempos en los que, y quizás a duras penas, dejaba de ser una niña. “Yo sabía que con él no haría falta hablar de nada de todo eso que nos dolía tanto”.
La muerte de su hermana había trazado ya un antes y un después en la foto familiar. Mientras tanto, en esa torpe danza del ‘cada uno acomoda su pesar como mejor pueda’, este team sigilo aprendía a convivir con una madre que, ocupada del decir, se “obsesionaba por el control emocional de todos”, y un hermano mayor que, “madurado de un tirón”, apresuró su matrimonio. “Aún así, la casa nunca estuvo a oscuras ni en silencio. Y ese fue el inmenso mérito de mis viejos”, señala Denise en esta charla en la que, a lo largo de tantas lecciones, explicará los cimientos de ese sentido del abrazo que ejerce hasta en su espacio laboral. “Mi familia es todo. Viajar tiene sentido si voy con ellos. Trabajar tiene sentido porque lo que gano es para ellos. El éxito tiene sentido si lo celebro con ellos…”, asegura. “Cuando escucho a quien dice: ‘Hay que encontrar nuestra pasión e ir tras ella’. Sé que yo no tengo ni que cruzar el umbral”.
A las 8 de aquel día del 89, despertó por la irrupción de “unas siluetas” en su cuarto aún penumbroso. “Al contar tres, pensé: ‘Falta uno’. Y lo primero que atiné a decir fue: ‘¿Quién se murió?’ ¡Sabía! Yo lo sabía…”, recuerda Denise. Qué más da si fue su padre, su madre o Max, pero escuchó: ‘Tranquila, Janine sufrió un accidente’. “Para ese entonces, y desde las 2, en la casa había corridas y un fuerte bullicio de gente que se había reunido a lo largo de la madrugada”, describe. Su hermana, de 16 años (cinco más que ella), había sido trasladada de urgencia al Hospital General de Agudos Dr. Juan A. Fernández en desesperado y vano intento de salvar su vida tras el choque que se la arrebató sobre la avenida Del Libertador, a la altura del Paseo de la Infanta. Viajaba con tres amigos (uno de ellos, de 18 e hijo de una familia amiga, era el conductor) y “por esas cosas de un destino inevitable”, el vehículo que los embistió impactó de su lado. Finalmente había conseguido el tan esperado permiso de sus padres: Esa era la primera vez que Janine salía de noche.
“Te resultará muy ridículo lo que voy a contar”, anticipa Denise con cierto pudor. “Pero hasta ese momento, en mis rezos diarios, yo pedía solo dos cosas: Que nuca se me metiese una cucaracha en mi cuerpo y que jamás se muriese alguien de mi familia”, suelta. Recordemos que la primera de las pesadillas mencionadas se hizo realidad a principio de los 2000, cuando “amanecí con un ruido en mi cabeza y la imperiosa necesidad de golpearla para que cesase”, relata. Pero bastó poner la oreja debajo de la canilla para que el insecto de su fobia escapase por la fuerza del agua. En fin. “Aquello era lo único por lo que imploraba”, continúa. “Aunque, al ser tan niña, la muerte no era ni siquiera una posibilidad. Con el tiempo fui dándome cuenta de que ese episodio no estaba tan acomodado como yo creía. Y hoy, ya de grande, lamento la muerte de Janine aún mucho más que aquel entonces. Y revivo ese dolor de otra manera: Como una gran injusticia”.