Desde el niño que se limita a comer unos pocos alimentos al que toma la mitad del plato o al que necesita que todo esté triturado, las dificultades en la alimentación de los pequeños pueden ser muy variadas. Y a veces también inexistentes, pues muchos progenitores creen que hay un problema cuando luego en la realidad no es así.
La Dra. Rosaura Leis, coordinadora del Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría (AEP), profesora titular de Pediatría -USC, IDIS-ISCIII CiberObn y profesional del Hospital Universitario de Santiago de Compostela, nos da las claves.
En la alimentación del niño influyen muchos factores. Es una función que se va perfeccionando desde el periodo fetal y en ella tienen que ver tanto la maduración de las funciones sensoriales y psicomotoras del pequeño, como otro tipo de elementos familiares, educativos, sociales y psicológicos.
“El acto de comer es, sin duda, una necesidad básica para la vida, pero además contribuye de manera fundamental a la relación del niño con su entorno y su familia”, explica la experta. “Cuando los objetivos del acto de comer del niño (saciar el apetito, jugar con el cuidador, protestar…) no coinciden con los de los padres o cuidadores (acabar la ración ofrecida, terminar en el tiempo fijado, educar…), puede aparecer una alteración de la conducta alimentaria”, advierte.
Tanto es así que si la situación no se maneja bien, puede haber consecuencias negativas tanto desde el punto de vista nutricional como desde el psicoafectivo.
Si analizamos las dificultades de alimentación de niños pequeños podemos hacer una triple clasificación, según detalla la Dra. Rosaura Leis:
En los tres casos puede haber un peso por debajo del normal, déficits nutricionales o excesos (si el niño solo come determinados alimentos) y dificultades en las habilidades oromotoras.
No se pueden confundir estos problemas con la anorexia nerviosa, pues en esta, al tratarse de un trastorno psiquiátrico, hay una alteración de la percepción de la imagen corporal. Mientras que en este tipo de problemas “hay una distorsión del momento de comer y está influido de manera importante por la relación del niño con su entorno, la interrelación con los padres o con el cuidador que le dé de comer y la propia relación del niño con la comida”, subraya la coordinadora del Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la AEP.
Estos problemas de alimentación en el niño suelen aparecer en los primeros seis años de vida, aunque son más frecuentes en los menores de tres años. “En muchas ocasiones, la dificultad aparece durante la transición del biberón a la cuchara o de la alimentación triturada a la alimentación sólida”, apunta la experta.
En todo caso, lo principal es hacer un buen diagnóstico de lo que sucede. Así, la Dra. Leis puntualiza que no solo debe enfocarse en el niño sino también en su contexto familiar. “El abordaje ha de ser individualizado, considerando el tipo de trastorno, su contexto socio-familiar y la gravedad”, insiste.
Si hay una enfermedad orgánica que condicione los problemas de alimentación del niño, esta debe ser tratada. Luego, hay que valorar la situación nutrional del pequeño (con consejo dietético y posibles suplementos alimenticios). Y, por otro lado, el aspecto conductual, tanto del niño como de su famillia.
“Los suplementos vitamínicos y nutricionales pueden ser de ayuda para tratar o prevenir los déficits nutricionales, pero deben ser prescritos por el profesional sanitario de modo individualizado y siempre considerarse como una intervención de ayuda y transitoria”, advierte la especialista. En relación a los ‘estimulantes de apetito’, “no hay evidencia de su eficacia en esta indicación y, por tanto, no deben utilizarse”, señala.