La manera en la que se mide la inteligencia de los animales está basada principalmente en el uso que hacen de su memoria. Un animal es más inteligente cuanto más información puede recordar, organizar y utilizar. Al fin y al cabo la inteligencia es una destreza mental que consiste en encontrar una solución a los problemas y objetivos aplicando algún tipo de estrategia.
Los peces eran considerados hasta hace poco animales sin memoria ni inteligencia, tan solo movidos por sus instintos casi como si de un piloto automático se tratara. Esto da sentido a mantener a un animal en una pecera, sin espacio ni rumbo, pues si creemos que apenas tiene memoria tampoco será tan grave vivir encerrado en una parcelita finita de agua. Pero tal vez nos equivocamos.
Recientemente se ha publicado una nueva investigación liderada por científicos australianos de la Universidad Macquarie, donde el científico Culum Brown ha determinado nuevos resultados sobre la memoria y la percepción de los peces que cambian por completo la idea popular que convierte a todo pez en una Dory, pues se ha descubierto que los peces no sólo disponen de una memoria significativa, sino que además son capaces de recordar situaciones, el contexto de estas y de asociar otras ideas hasta 12 días después de haber formulado este recuerdo original.
El experimento fue sencillo, se trabajó adiestrando a peces: ofreciéndoles comida como premio cuando entraban en un área concreta del acuario donde estaban. Los enfrentamientos tenían una duración de 20 minutos y se midió cómo los peces eran capaces de aprender las rutas y de perfeccionarlas.
Posteriormente, se les dejó varios días de descanso y volvió a ofrecérseles entrar en esa dinámica, para comprobar si recordaban la enseñanza y el contexto ya aprendido, y se descubrió que estos peces lograban recordar las trayectorias correctas, siempre y cuando el descanso no superara los 12 días, tiempo que parece ser el límite para su memoria.
Además, se trabajó cambiando el premio de los peces para tratar de revertir lo que habían aprendido, es decir, para que modificaran el sentido y el contenido de su recuerdo y fueran capaces de cambiar aquello que antes se asentó en su mente, modificándolo, perfeccionándolo y haciendo que este recuerdo fuera más complejo.
Los peces respondieron afirmativamente y fueron capaces de generar nuevos aprendizajes asociados que darían sentido a la teoría de que sí son inteligentes, que tienen el suficiente poder de memoria y que utilizan su mente para desarrolla pequeñas estrategias.
Parte de la percepción de que los peces tienen poca memoria y, por tanto, no son inteligentes, probablemente esté fundada en el hecho de que los peces en cautividad, en acuarios y peceras, no pueden desarrollar esquemas de memoria y de aprendizaje de forma perceptible y, por tanto, vemos en ellos simplemente a unos animalitos bonitos que se pasan el día dando vueltas sobre el mismo lugar. No tienen otra opción.
Realmente los científicos llevan décadas estudiando el comportamiento de los peces frente a los depredadores, en búsqueda de comida, apareamiento y entornos donde sobrevivir. Lo cierto es que no todos los peces son iguales ni demuestran la misma inteligencia y memoria, pero aquellos que sí lo hacen han reflejado disponer de una ventaja evolutiva sobre los demás, que favorece su supervivencia en libertad cuando escasea el alimento o necesitan migrar.
A nivel evolutivo no cabe duda de que los peces pueden esconder interesantes secretos, no en vano son los vertebrados de mayor antigüedad del planeta Tierra, se han encontrado fósiles de peces de una antigüedad superior a 500 millones de años.
Si tienes peces en casa probablemente te peguntes si son conscientes de que tú existes, si te reconocen y si para ellos significas algo. El estudio que analiza la memoria de los peces ha llegado a conclusiones muy interesantes sobre esto. Por un lado, se ha determinado que los peces pueden ser capaces de reconocer formas ya vistas, colores y sonidos.
Esto quiere decir que pueden ser sensibles a nuestra apariencia y a los sonidos que les dirigimos. No se trata tanto de una cuestión de identidad, sino de memoria. Los peces pueden recordar ciertos elementos visuales que les hagan encajar en su recuerdo lo que tú representas y, además, reconocer como cercano o usual el sonido de tu voz o de tu hogar. Esto no significa que sean conscientes de que existe un ser humano que les alimenta, les vigila y les quiere, sino que esos impulsos visuales y sonoros (tú presencia y tu voz) forman parte de su entorno.
Un dato importante para evaluar esta inteligencia o nivel de memoria está basado en el tipo que un pez puede fijar la atención en algo. Este dato es muy relevante, porque a más concentración más inteligencia se le presupone. El tiempo que han marcado los peces es de 9 segundos. Si te parece poco, piensa que el ser humano tiene una marca de 8 segundos de concentración plena y absoluta, aunque lo cierto es que nosotros utilizamos un sistema más complejo de racionalización del recuerdo y de las estrategias, lo que significa que somos capaces de pensar en varios planos para conseguir soluciones más complejas.
Lo importante de esta investigación es que pone a los peces en un esquema cercano a los primates. Las investigaciones determinan que el el comportamiento de los peces refleja que se reconocen entre sí, que son capaces de elaborar estrategias, cooperar entre ellos y apoyarse.
Además, los peces construyen relaciones sociales con cierta complejidad en las que los unos aprenden de los otros y mantienen vivos los aprendizajes colectivos, son capaces de evaluar cantidades y calidades, y de comunicarse entre sí.